Cada línea de un pulsograma es producto de un ejercicio meditativo en el que intento reproducir exactamente la línea anterior. Cada segundo trato de controlar mi mente, tratando de mantenerla limpia y en el presente, pero no puedo. El resultado es una muestra de mi fracaso: ninguna línea es idéntica a la anterior.
En la segunda parte me entrego al azar. Tomo cada pulsograma (prueba de mi intento fallido de control), los fotografío y someto las fotografías a una serie de acciones preestablecidas en Photoshop. Acepto la imagen resultante.
El azar tiene siempre dominio sobre la imagen final como sobre la vida. La diferencia es cómo acepto y fluyo con el azar.